Viaje a la estación de los recuerdos
Los años ochenta iban llegando a su fin cuando el pequeño Guille cumplió los 8 años. En el pequeño pueblo donde vivía, los días de verano eran largos y divertidos, pero no había nada que le emocionara más que visitar la estación de trenes.
Los trenes que pasaban por el pueblo eran sencillos y anticuados pero, para Guille, eran gigantes de acero que surcaban el mundo con una majestuosidad sin igual. Su amor por los trenes era evidente, y soñaba con el día en que pudiera tener uno para jugar.
La Navidad se acercaba y su deseo se hacía cada vez más fuerte. No era la primera vez que Guille incluía el tren en su lista de juguetes para Navidad. Este año seguro que Papá Noel cumplía. Además, era el primer año que escribía la lista con un boli. Eso seguro que sumaba puntos para que llegase el tren.
Llegó el día de Navidad, y la familia de Guille se reunió alrededor del árbol para abrir los regalos. Guille abrió sus paquetes con una expectación moderada, como si no quisiera que se le notasen los nervios. Quería que todo el mundo notase que ya empezaba a ser mayor. Cuando menos se lo esperaba, su padre le acercó una caja más grande que las demás, cubierta con papel de regalo rojo y una enorme cinta dorada. Esta vez Guille no pudo contener la cara de sorpresa. Miró a su padre y este solo asintió, animándolo a abrirlo.
El corazón de Guille era un huracán mientras abría la caja. Allí estaba: un hermoso tren de madera, cuidadosamente tallado y pintado. No era un tren moderno o lujoso, pero para él, era el tren más hermoso que jamás había visto.
Los ojos de Guille se llenaron de lágrimas, y abrazó a su padre con todas sus fuerzas. Ese tren se convirtió en su juguete favorito, en el protagonista de tantos y tantos juegos y aventuras a lo largo de su infancia.
A veces, los sueños se hacen realidad…
Los años pasaron y, caprichos del destino, Guille ha acabado siendo ingeniero y trabajando en proyectos de infraestructura ferroviaria en todo el mundo. Europa, América e incluso la India. Los trenes de Guille, definitivamente, circulaban ya por todo el mundo.
¿Qué pensaría aquel jefe de estación de su pueblo, ya entradito en años, que veía cada tarde la ilusión en los ojos de Guille cuando conseguía que le acercasen a ver pasar el tren? Si le viera dedicándose en cuerpo y alma a los trenes, seguro que le dedicaría una de esas sonrisas que le brindaba cada tarde y, quién sabe, a lo mejor le ponía otra vez la gorra de jefe de estación.
Ha pasado mucho tiempo y a Guille ya le llaman Guillermo. Pero, todavía guarda aquel tren de madera en un lugar especial de su casa. No solo le trae recuerdos de su pueblo y de su amor por los trenes, sino que mantiene vivo el recuerdo del amor y los sacrificios de sus padres.
Ese regalo de Navidad no solo cumplió el deseo de su corazón, sino que también le dejó una huella emocional profunda que aún perdura.
El pequeño de la familia, causante de que su padre empezase a llamarse Guillermo, va a cumplir pronto 8 años. El pequeño Guille ya sabe que su padre se dedica a construir trenes y que los prueba por todo el mundo. Y bien orgulloso está de su padre.
Pero lo que el pequeño Guille no sabe es que, este año, el pequeño tren de madera que hizo saltar de emoción a su padre hace ya varias décadas, ese que su padre conserva con tanto mimo, en lo alto de la estantería de su despacho, por fin será suyo.
Hacerse adultos debería estar prohibido
En el absurdamente serio mundo de los adultos creemos que, cuando damos un regalo a un niño, es solo un juguete, un entretenimiento, una diversión. Pero no. Es una herramienta para ayudarles a crecer, aprender y explorar el mundo que tienen a su alrededor de una manera divertida y segura. Con nuestros juguetes conseguimos ser parte de esta maravillosa travesía de descubrimiento y crecimiento.
En La Bonita entendemos y valoramos el papel inigualable que tienen los juguetes tradicionales en la vida de los niños. Creemos que nuestros recuerdos de la infancia son un tesoro único, lleno de experiencias que han modelado las personas que somos hoy. Y muchos de estos recuerdos están profundamente ligados a aquellos regalos que recibimos en nuestra niñez.
Los juguetes son una excelente forma de conectar con nuestros hijos. Cuando elegimos un regalo de acuerdo con los gustos y las ilusiones de nuestros hijos, les demostramos que les comprendemos y les valoramos. Esta conexión emocional profunda es fundamental para construir una relación sólida y amorosa y, además, les resulta útil para que descubran y exploren sus propios gustos y aficiones.
Todos llevamos un pequeño “Guille” en nuestro interior. Sí, aunque de vez en cuando nos empeñemos en hacerle callar, en no hacerle caso. Pero ese niño interior que vive – y vivirá para siempre – dentro de nosotros nos recuerda ese juguete, esa muñeca, esos patines… Aquel regalo que marcó nuestra infancia… y nuestra vida.
El de Guille fue un tren, ¿y el tuyo cuál fue?
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